El Festival Jardins de Pedralbes 2017 dio el pistoletazo de salida a más de un mes de shows de renombre con el concierto de Rufus Wainwright, que ofreció en la capital catalana un amplio recorrido por toda su discografía.
El conocido cantante americano había visitado el pasado mes de octubre la cercana Sant Cugat del Valles como parte de la gira de presentación de Take All My Loves (2016), su último disco dedicado a los sonetos de Shakespeare, pero desde los primeros instantes en el idílico paraje del jardín de entrada del Palau Reial ya se pudo ver que esta noche de principios de junio iba ir por derroteros completamente distintos. Rufus empezó su concierto sentado en el piano con la ya lejana "Grey Gardens", y al finalizarla ya hizo el primer comentario de la noche al indicar el parecido del palacio con la casa blanca, y por ende el miedo que le daba debido a su reciente inquilino, tras lo que pidió perdón al público en nombre de los Estados Unidos por tener un presidente como Trump.. Dos canciones más aguantó en el piano, para a renglón seguido sacar una vertiente pop más intimista en "Out of Game" y "Jericho", donde se ayudó de una guitarra a la que sacó unos simples acordes fuera de todo virtuosismo, demostrando esa lógica aplastante del pop del menos es más.
El pack de Want Two (2004) con unas excesivamente largas "Gay Messiah" y "The Art Teacher", unido a la única visita a su reciente disco con "A Woman's Face (Sonnet 20)" rebajaron excesivamente el ambiente, pero el cantante norteamericano sabe cómo manejar los tiempos de un concierto, así que ante el temor de perder definitivamente las riendas del show se marcó una increíble y sentida versión del "I'm Going In" de la su compatriota Lhasa de Sela con la que encogió el corazón a todos los presentes. A partir de aquí, el show fue una montaña rusa en una parte intermedia muy irregular, teniendo como claros las interpretaciones de "Barcelona" (acompañado de la maestría de Pau Figueras a la guitarra), la íntima "Greek Song" o la sorpresa en forma de tema nuevo con "The Sword of Damocles", pero también momentos prescindibles como "Beauty Mark" o "Dinner at Eight", ambas con un ritmo excesivamente pausado y alargadas hasta la saciedad de manera innecesaria.
Sin embargo, el artista nos tenía preparada una traca final de altos quilates que arrancaría con una versión a capela de "Candles" en la que pudo demostrar todo su poderío vocal, para a continuación recibir el aplauso general con "Cigarettes and Chocolate Milk", quizás uno de los temas conocidos de su discografía con el que se despidió por primera vez del escenario. Su vuelta para los esperados bises no pudo ser más satisfactoria, ya que encadenó sentado al piano sus dos canciones más conocidas, la emotiva "Going to a Town" y esa maravilla en forma de versión del "Hallelujah" de su admirado y cercano Leonard Cohen. Cuando el espectáculo parecía haber llegado a su fin, aún habría tiempo para disfrutar de una increíble y casi lacrimógena interpretación de "Poses", con la que Wainwright dio por finalizado el concierto tras una atronadora ovación. Es cierto que Rufus Wainwright suele ser bastante asiduo a nuestro país, pero resulta hipnótico como se puede asistir una y otra vez a cada uno de sus conciertos y terminar saliendo con la misma sonrisa y satisfacción de la primera vez, debido en parte a esa cercanía que siempre transmite y a su espíritu dicharachero, pero también por un repertorio camaleónico que a lo largo de los años no para de crecer en calidad.
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