El pasado miércoles acudía puntual a su cita con el invierno holandés uno de los festivales mas especiales del año, el Cross-Linx festival, que este año se trasladaba al Muziekgebouw aan 't IJ para mostrar su habitual fusión de música clásica con elementos como el rock o la electrónica. Con la presencia estelar de Mark Lanegan, Squarepusher y Bryce Dessner, acompañados algunos de ellos por la Metropole Orkest, se daba continuidad a un cartel que en los últimos años ha podido disfrutar de artistas de la talla de The National, Jose Gonzalez, Lamb o Eels.
El encargado de abrir la fria sala principal del Muziekgebouw aan 't IJ fue el guitarra de la banda norteamericana The National Bryce Dessner, que ejerció de perfecto maestro de ceremonias de la parte mas clásica del festival en la que además del propio guitarrista, el violinista Pekka Kuusisto y la violista Nadia Sirota se encargaron de interpretar algunas piezas neoclásicas compuestas por el menor de los Dessner. El finlandés fue el primero que pisó el escenario para interpretar hasta dos piezas que por momentos llegaron a sonar un poco repetitivas debido a los poco acordes empleados, todo lo contrario que la pieza interpretada a la viola por la americana Sirota que disponía de una mayor variedad sonora, que provocó a su vez una mejor reacción de un público hasta entonces estático. Tras otra pieza en la que ambos se hicieron acompañar de un violoncelo y otro violín de la Metropole Orkest, llegó el momento de que el propio Dessner defendiese sus creaciones, optando para esta ocasión por un tema inspirado como el mismo comentó por dos polos tan opuestos como Steve Reich y Jerry Garcia, conocido por ser el cantante y guitarrista de los psicodélicos The Grateful Dead. El resultado final fue una canción de cerca de 10 minutos de duración con pasajes mas propios del minimalismo del primero que la locura y poderío del segundo que sirvió para demostrar la maestría a la guitarra de un Dessner que en su labor grupal en The National no acostumbra a este tipo de exhibiciones de virtuosismo.
El segundo acto del festival en el escenario principal nos reservaba la presencia del cabeza de cartel, Mark Lanegan y su banda, acompañados en este caso por la totalidad de la Metropole Orkest. El espectáculo de poco mas de una de duración sirvió sobre todo para el lucimiento personal del propio Mark Lanegan, que demostró ser el auténtico protagonista con su característica voz raspada y letras inquietantes que transportaron al público a escenarios lúgubres al nivel de Tom Waits o Nick Cave. Un arranque espectacular en la que destacaron las poderosas "When Your Number Isn't Up" o "One Way Street" sirvieron para mostrar la tónica de todo el show, una orquestación variable que por momentos parecia endulzar demasiado la oscura propuesta de Mark debido a un exceso de instrumentos de cuerda, mientras que los mejores momentos del concierto serían aquellos en los que la sección de viento pasaba a ser la protagonista. La soberbia versión a lo James Bond de "One Hundred Days", presente en aquella ya lejana maravilla que fue Bubblegum, abrió un rush final que nos permitió disfrutar también de las mas recientes "I'm The Wolf" y "The Gravedigger's Song", con una mayor presencia de la batería y la guitarra de la propia banda, cerrando un concierto que de no ser por unos 20 minutos intermedios algo descafeinados podría haber tenido la calificación de memorable.
El cierre del festival en el escenario principal corría a cargo del inglés Squarepusher, que al igual que su predecesor, también se iba a hacer acompañar de la Metropole Orkest. Conocido por su papel capital en el reconocimiento global del Drum and bass gracias a sus publicaciones en Warp Records, su estilo parecía en principio adaptarse como un guante a la posibilidad de una fusión con la música clásica, pero mas allá de la sorpresa inicial, el conjunto quedó un poco deslucido por la poca integración de la gran variedad de instrumentos en la propuesta del británico. Utilizar una orquesta como si de un mega Fruit Loops Studio se tratase propició un sin sentido global del que solo se escapó el genial percusionista de la orquesta y, durante algunos instantes, una sección de cuerda que gracias a sus agudas notas consiguieron sobresalir del sopor general. Mas allá de unos cuantos entusiastas mas propios de una rave que del espectáculo que presenciaban, la interacción entre dos mundos tan diferentes dejó mas oscuros que claros y la sensación de haber escuchado la BSO de un videojuego en vez de la propuesta musical del nivel que se presumía al principio.
